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domingo, 28 de mayo de 2006

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Hay un conjunto que fue tan subversivo como Quilapayún. No vivió en el exilio, sino en medio del hervidero de la dictadura militar. Y entre esa nebulosa ayudó a mantener vivo el espíritu de la Nueva Canción Chilena con un mensaje a veces explícito, a veces oculto en su presentación de grupo de "música clásica": Napalé. Junto con Barroco Andino sobrevivió a los años duros y llegó a ser el más importante ensamble continuista de la estética que desde la Cantata Santa María de Iquique (1970), unificó las músicas docta y popular.

Su historia requiere un preámbulo. A los talleres musicales para niños que en 1975 encabezaban los integrantes de Barroco Andino, Jorge Soto León, Patricio Wang y Jaime Marabolí, llegaron los hermanos Ernesto Pérez (n. 1960) y Rodrigo Pérez (n. 1961), y Fernando Mena (n. 1962). Provenían de familias de gran cultura de la música clásica europea, pero al interior del taller conocerían los instrumentos propios del folclor. Hasta 1977 formaron parte del grupo Barroco Andino Juvenil (conocido también como "Barroquito"). El quiebre de Barroco Andino ese mismo año decretó el final de la sección de alumnos. Sin embargo, tanto los hermanos Pérez como Mena ya se encontraban involucrados con la música y tenían planes para su futuro.

Formaron Napalé al reunir a músicos de dos pequeñas agrupaciones que en 1982 estaban en retirada: Umbral, con Ernesto Pérez, Felipe de la Cerda y Pablo Sepúlveda, y Fragua, con Rodrigo Pérez, Fernando Mena y Reinaldo Villalobos (quienes tocaron junto a Hugo Moraga en 1981). Napalé se configuró como sexteto acústico por estos estudiantes de medicina, historia, veterinaria y filosofía, y desde 1982 lanzaron su manifiesto estético: acento en el trabajo vocal (heredado de los ensayos del grupo Umbral), rigor en la composición y los arreglos (desde Fragua) y la presencia de dos instrumentos que en 25 años jamás fallaron, el cello y la zampoña.

Las acciones se iniciaron en medio de la tensión y las movilizaciones políticas de los '80. Ante audiencias multitudinarias en universidades y poblaciones marginales, interpretaban obras de Quilapayún, Amerindios ("El coligüe") o Violeta Parra ("Arauco tiene una pena") desafiando la represión. Los miembros del grupo decían "las cosas por su nombre", militaban en el Partido Socialista y cada vez que subían al escenario se vivía la incertidumbre ante la probabilidad de terminar en algún centro de detención. Fue su época más política y directa, cuando además musicalizaron el discurso de Salvador Allende antes de morir en La Moneda. "Las últimas palabras" se convirtió en un nuevo himno de batalla, con ajustados arreglos orquestales que diferenció notoriamente a Napalé del caracter popular del trabajo musical realizado sobre los mismos textos realizado por el grupo Aparcoa.

Instrumentos, composiciones, álbumes, militancias
Desde ese momento la figura de Rodrigo Pérez alcanzó el protagonismo como compositor hasta su retiro en 1998. Sus piezas llenaron los primeros álbumes y dieron al grupo ese carácter de erudición musical. Hasta 1987 Napalé se enriqueció instrumentalmente con la inclusión de flauta traversa, clarinete, marimba y glockenspiel (juego de timbres). Y además generó un contacto directo con Luis Advis, cuya serie de seis canciones incluidas en la obra Cançoes brasileiras fueron grabadas para el disco Napalé (1986). Pero no fue sino hasta el viaje a la Unión Soviética en 1985 cuando adquirió su jerarquía definitiva.

De regreso a Chile tras actuar además en las dos Alemanias, Dinamarca, Suecia, Holanda y Bélgica, Napalé ya no era un grupo de cámara sino una pequeña orquesta clásica. Era capaz de estilizar la música de raíz popular, de trabajar colectivamente como ensamble más allá del virtuosismo instrumental que requerían las composiciones, y de mantener su ambivalencia tanto en la música clásica europea como en la música mestiza latinoamericana. Para Crónicas (1992), Rodrigo Pérez musicalizó "Se unen la tierra y el hombre", obtenido de Canto general, de Pablo Neruda, además de la canción del Ejército Rojo "En marcha", del ruso Zoloviev Sedoy. También compuso una muy avanzada obra a la que tituló "Divertimento macabro o elegía a la fiesta de La Tirana".

Los nuevos tiempos —de democracia y apertura— orientaron a Napalé hacia la música contemporánea. El grupo trabajó en el montaje músico-teatral Crónicas del nuevo mundo sin gran impacto y grabó la doble obra Suite tic-tac / Amor que calla (1993). La primera era una colección de canciones infantiles y la segunda un conjunto de musicalizaciones del poemario Desolación, de Gabriel Mistral. Esta nueva militancia de Napalé ya no era política como en la primera mitad de los '80, sino absolutamente cultural. Ahora importaban las cualidades de la música por sobre el mensaje de una canción contingente.

En 1998, luego de una múltiple rotativa de integrantes, fue el émbolo del conjunto quien optó por la retirada. Rodrigo Pérez dejó a Napalé en los puntos suspensivos de una interrogante. Sus obras suponía tal complejidad que cada vez que ingresaba un nuevo músico a las filas, el grupo se veía obligado a reestudiar las partituras y a ensayar de manera intensiva. Sin Pérez, entonces, aparecía la opción de disolver Napalé. Pero fue su hermano Ernesto Pérez, el único miembro fundador vigente, quien tomó la dirección musical y se volcó al trabajo de creación para entregar nuevas obras y arreglos al conjunto ("Cando se fue Magdalena", "Ausencia", "Escribo entre sueños", "Tú sabes que nadie vuelve").

También sumaron material original el clarinetista Alejandro Ibarra (con "Me peina el viento los cabellos" y "Cuando se trata de la tristeza"), el contrabajista Jorge Lillo (hijo del diseñador gráfico Jorge Lillo Valenzuela, que tocó en Cuncumén), con "Frontera sur" y "La niña de Guatemala"), el flautista Carlos Miranda (con "Preludio") y el quenista Rodrigo Arratia ("Canción nueva" y "Mal de amores"). Napalé siguió vivo por más de una década, regresando a su orientación primitiva de ritmos sacados de la música popular en sus siguientes álbumes Frontera sur (2003) y en Cruzando territorios (2006, en preparación).

—Iñigo Díaz.

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Napalé.